El fútbol es sin dudas el deporte más popular del mundo.
Parece mentira que cuando los ingleses lo jugaban en nuestro
país los porteños lo denominaron como “juego de locos”. ¿Por qué este nombre?
Se dice que era porque no podían entender que se pelearan por una pelota. Quien
diría que la redonda, durante muchos años, agitaría multitudes. Y que también
alimentaría anhelos y provocaría frustraciones.
A un día de que culmine el evento más importante del fútbol
parece que no importa nada más.
Los medios de comunicación nos bombardean con notas de todo
tipo y eso aumenta la ansiedad.
Pasaron los años. La espera pareció eterna pero llegó a su
fin. Y lo bueno es que las esperanzas se renovaron. Porque en Corea-Japón la
ilusión se desvaneció de la noche a la mañana. Fue un baldazo de agua fría
porque nadie lo imaginaba, ni los propios jugadores, quienes demostraron en ese
último partido el dolor del fracaso a través de unas cuantas lágrimas. Y en
Sudáfrica, Alemania rompió nuestro sueño mundialista cuando nos dejaron afuera
en cuartos de final.
Cuantas emociones representa un mundial para los futboleros.
Es la gran oportunidad de opinar para todos los que se
consideran directores técnicos.
No todos los países le dan la misma trascendencia. Para unos
es la posibilidad de ilusionarse con salir campeones. Otros, solo pretenden
hacer una papel digno.
Para nosotros, los argentinos, es volver a soñar.
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